Agenda

La bóveda celeste se tornó grisácea. Los humanos corren a refugiarse bajo sus techos de zinc, único material que puede controlar lo que se avecina. Angelina está a varios kilómetros de su casa y ningún auto quiere detenerse. Los animales, ya acostumbrados, buscan refugio bajo la tierra. Es un nuevo fin de mundo. De pronto el instinto de Angelina despierta y corre hacia alguna cornisa. La búsqueda se hace infructuosa y sólo le queda orar por su suerte. Los árboles giran sus hojas para brindarse una mayor protección. Angelina desesperadamente sigue corriendo, cada casa le hacía posible la entrada sólo al aire. Pero sería por poco tiempo, antes que comenzara a llover.

La radio ya lanza la música característica que indica la venida del temporal. La cúpula ya estaba cerrada y ni una polilla se asomaba esperando lo inevitable. El aviso era inminente. Angelina no paraba de correr y su voz no salía de su garganta en sus desesperados gritos de auxilio. La policía había hecho ya su ronda, su rápida y superficial ronda de búsqueda. Sin encontrar un lugar, Angelina sólo le quedó sentarse en una banca de una plaza de juegos. A esperar el final. No había brisa alguna y la radio daba el aviso culmine. Una leve sirena de bomberos se escuchó y cayeron algunos pequeños trozos de polvo estelar.

“La AEI acaba de dar el aviso de un nuevo movimiento terrestre. Hoy, 21 de marzo corresponde una nueva traslación del planeta hacia la posición otoñal.” Esas palabras salidas de su pequeño receptor de mano, le cortaron el alma. Angelina cambió el modo de su celular y revisó el calendario. Se llevó el aparato a la frente. Si bien estaba su alarma en el día señalando, no tenía la fecha configurada correctamente. Las pequeñas partículas redondeadas por la atmósfera caían cada vez más fuerte y en un mayor tamaño. Las nubes, creadas por chimeneas industriales, no dejaban ver el rápido movimiento por el espacio. La velocidad de traslación era cada vez mayor y con eso la lluvia se hace más torrencial.

Por los techos escurren las piedras espaciales ya líquidas por el accionar del zinc. Siguen escurriendo por los ductos hasta el mar, donde se depositan a un costado de los desechos nucleares mundiales. Angelina ve a un moribundo perro alcanzado por las gotas estelares. De pie, inmóvil, se ve reflejada en el pobre animal. Una de las piedras le arrebata el celular de la mano destrozándolo por completo, y otra hace lo mismo con su mano. La constante lluvia y su calor interno hacen explotar una a una las células de la joven.

“Una nueva mañana otoñal nos invita a disfrutar la AEI. El cielo ya fue despejado y las hojas de los árboles poco a poco comienzan a caer. Como cada cambio de estación, hay algunas personas desaparecidas pero nada que no pueda borrar el tiempo. Recuerden que si la Tierra se mueve, nosotros nos movemos con ella. Ahora vamos a un tema musical…” Dice la estación radial de la ciudad mientras se reparan las calles y camiones sacan el material acumulado en lugares bajos.