Invierno

La puerta entreabierta y un frío que no alcanzaba a llegar a los pies del pequeño. Dormitando entre sus sábanas, que no le permitían salir de las cobijas de su cama, no quiere ir al colegio. Pero un olor le hace saltar de golpe.

El solo hedor que llegó a sus narices no pudo contenerlo del frío del exterior, no importaba la lluvia de la ventana ni el frío del piso de madera. La única razón de su existencia era conseguir la fuente de ese maravilloso olor.

Ovalado, fuerte, fresco y cálido. Un olor como ningún otro que haya olido en el olimiento de toda su olorada vida. Toma un pantalón y se lo pone, se pone ese pantalón con la cara de un zombie. El sueño que siente le trata de ganar la batalla, pero el olor es más fuerte. Los pies tratan de entrar en unas zapatillas con cara de auto rojo y un chaleco verde que no hace juego para nada con el resto de su ropa.

La habitación del pequeño está muy alejada de su objetivo, la ansiada fuente de olor está tan lejos como la Luna de la Tierra. Ojos entrecerrados y un bostezo gigantesco que detienen su caminar hacia el pasillo. Cierra la puerta tras de sí y se siente un estruendo mayúsculo. Una luz cegadora entra por la ventana tan rápidamente como se aleja. Los truenos no hacen daño si están lejos y el pequeño tiene conciencia de aquello.

El pequeño vuelve a su camino y no duda en seguir, la lluvia se hace cada vez más fuerte y el viento pega en las ventanas del comedor. Pasa al lado de un sillón rojo con patas de madera y continúa obnubilado por el olor mágico. La mesa que se interpone en su camino resulta no ser el lugar de llegada, la cocina es un sitio privilegiado por ese aroma celestial.

Una radio suena con la música característica, no se atreve a pasar por el umbral ya que la luz lo ciega. Pero un nuevo bostezo y unas friegas en los ojos hacen que pierda su sueño y entra a la cocina. Su madre saca del horno una bandeja con pequeños panes que acababa de hacer en la madrugada, lo mira con cariño y moja las masas cocinadas.

Un pan caliente con mantequilla entre sus manos y el pequeño vuelve a su cama. Se arrepiente en la mitad de su trayecto y ve que el sillón es muy acogedor. Se recuesta y enciende el televisor, es sábado por la mañana y mira dibujos animados. No quiere comer ese pequeño pan, la aventura que pasó por el olor de pan recién horneado lo hizo valorar la travesía que lo condujo al gran premio.

Finalmente no resiste la tentación y le da un mordisco a ese suculento bocadillo. Pero lo deja caer al suelo… el pan estaba demasiado caliente.