Geometría


Sus ojos se encontraron de un momento a otro. Sus bocas se acercaban lentamente sobre un fondo de nubes anaranjadas y la brisa marina que mojaba con pequeñas gotas el pelo de la rubia cabellera de la joven. El ruido de las olas rompiendo en las rocas a lo lejos repercutía en sus corazones que latían con cada vez más fuerza por el inevitable encuentro de sus rostros.
-Cambia esa hueá, es muy mamona-
-Tú quisiste dejarla ahí, yo no respondo-
-Apúrate antes que salga 'The end'. Prefiero ver SQP que esta cosa-
-A ver, voy a buscar más palomitas y tú elige el canal-
“Bienvenidos a las informaciones. Tres muertos y una veintena de heridos deja acciden...”; “Oh! Mary Jane, eres la mujer más bella que he visto en...”; “...Bob Esponja ¿Haz visto mi goma de mascar? La tienes en tu cabeza Patri...”; “D' oh!”; “El presidente venezolano, Hugo Cha...”; “Sin despertar ni...”; “Quédese en nuestra sintonía, a continuación viene un nuevo capítulo del realit...”; “Timmy, no creo que esto sea muy buena idea...”
-Mira, los que te gustan-
-Sí, déjalo ahí. No sé si es más mamón ver monos animados o la otra película-
-A mí me gusta, me gusta que a ti te guste-
-No nos pongamos como la película tampoco...- ambos comenzaron a reír y se abrazaron viendo la caja idiota. La noche lluviosa caía y el farol de la entrada prendía su luz que atraían a cada mosquito que pasaba. La noche seguía apareciendo y lo único que interrumpía el sonar de la lluvia en el tejado era el ladrido de un perro entre las casas lejanas. El sueño iba ganando terreno por cada segundo que pasaba y la cabeza de él caía rendida sobre la pelirroja cabellera de ella. Tomando el control remoto en sus manos presionó el botón rojo que dice 'Power' y oscureció la habitación de la cabaña que compartían durante las vacaciones.
Se podía apreciar como ella se sentía segura entre sus brazos y él no tenía nada más en mente que la tranquilidad de sentirse acompañado. El sueño terminó por cerrar sus ojos y llevar al subconsciente esa frescura del momento como si se hubiesen conocido hace algunos minutos atrás. Silenciosa, la calefacción empaña los vidrios y mantiene el calor al interior del lugar.


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La noche tormentosa los dejó sin electricidad. Las gotas se han traspasado del exterior al interior de las ventanas. La condensación ha actuado y con ella la humedad se apoderó del lugar. Ella yace en el sofá cubierta con el plumón que la cobijó durante la noche. La chimenea salpica humo al interior mientras el soplido de él hace encender la llama.
-¿Tienes leña?- pregunta la mujer desordenando su pelo al son de un pequeño bostezo.
-No- gesticula algo aproblemado el hombre que continúa en su lucha por conseguir el ansiado calor. Ella sale de la pequeña cabaña sin más que la ropa que tiene puesta. Un buzo que llevaba la noche anterior. La leñera está a unos cuantos metros del lugar y debe correr para no mojarse más de la cuenta. Un par de leños son suficientes para la mañana pero no lo son para mantenerla seca en su trayecto. Las zapatillas embarradas, un polerón empapado y su rojizo cabello encrespado por efecto de la lluvia incesante.
-Voy a secarme al baño- entra y se despoja de sus ropas sin atender a que la luz que activó en la entrada no encendió. Toma el secador y se apresta a encenderlo. Deja sus vestimentas en un cordel cerca de la ventana.
-¡No hay luz!- le señala su pareja con un aire de ironía. Ella sonríe haciendo un gesto con la boca, no le queda alternativa que tomar un par toallas y secarse. Una pequeña sacude su cabello de cada gota depositada por las nubes que cubren el cielo y otra más grande la cubre completamente. Sale del baño envuelta con un color celeste. El fuego de la chimenea poco a poco se enciende y ella se dispone a poner la mesa. Dos platos, dos tazones, un tarro de café y otro de azúcar. Él se para y se dirige a la cocina a ayudar.
-¿Te mojaste mucho?-
-¡No! para nada, sólo tuve que sacarme la ropa para dejarla tendida por diversión-
-Yo creo que sí lo hiciste por eso- diciendo esto toma su cintura con la mano derecha y la besa sin remordimientos. Mientras que untó la otra mano en el merengue que tenían preparado para hacer la torta de cumpleaños.
-Esto es perfecto para el cutis- dice mientras con una carcajada le mancha el rostro.
-¡Oye! que eres sucio, ahora voy a tener que...- y tomando el bowl se lo coloca en el pelo de su pareja. Así se enfrascan en una pelea, una dulce pelea que los lleva a acercarse al sofá. La lluvia no para de caer y el viento sopla golpeando las gotas contra la ventana. Él la despoja de la toalla que cubre su cuerpo y ella hace lo mismo con los botones de su camisa. Caen frente a la ventana principal, la desnudez de sus cuerpos producía más calor que la azulada chimenea. Junto a ellos y por fuera de la ventana aparecía gracias al meneo del viento un joven alerce que era la antesala del espectáculo verde del lugar.


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Don Rigoberto se dirigía al encuentro de su rebaño de vacas como le decía él. Junto a su gorro de lana que le trajo su compadre de un viaje a la isla se coloca ese típico atuendo amarillo contra el agua. Sus botas de goma, cada vez más gastadas con el paso del tiempo, eran el complemento perfecto para su atuendo. Una varilla antes de partir y se lanza a la búsqueda entre los interminables prados verdes que aparecen ante sus ojos. El único atisbo de civilización es un camino de tierra que cada tres o cuatro días acoge a una camioneta 4x4 de algún dueño de fundo. En comparación a lo que tiene Don Rigoberto para movilizarse, sus inseparables par de pies. Suena hasta ridículo pero este hombre de campo sólo ha necesitado de su tracción de dos piernas para recorrer los caminos que lo conducen una vez al mes al pueblo más cercano.
Lo que estaba haciendo Don Rigoberto en ese momento fue por un descuido. Cada vez que se avecina una lluvia él junta a su 'rebaño' en el establo para que no se mojen, pero esta vez su espalda le dijo otra cosa. No podía arriesgarse a quedar en cama por lo que le queda de vida y optó por descansar como le recomendó el paramédico del pueblo. Las vacas se asustaron con los pocos rayos que cayeron antes del temporal y huyeron entre los cerros del sector. Esas siete vacas son un tesoro que Don Rigoberto no va a dejar ir. Los sonidos guturales, imposibles de derramar en un par de letras, llamaban a sus queridas lecheras. El viento acallaba esos sonidos y no le quedaba otra que continuar hasta los cerros que lo rodean. Realmente sintió algo en sus entrañas que pocas veces había sentido en todos los años de circo que tenía en el campo. Sintió angustia. El no poder contar con sus animales le traía un sinnúmero de recuerdos del pasado. No podía dirigirse a ningún lugar en particular, los bovinos escaparon a lugares desconocidos para su intuición. Solo frente a la naturaleza, imposibilitado de seguir avanzando se dio por vencido. Ya era muy viejo y muy enfermo como para continuar en su infructuosa búsqueda.
De vuelta, abriendo el cerco de alambres de púa de su casa, le pareció escuchar un mugido de uno de sus animales. Giró en busca de un cuerpo blanco y negro. A lo lejos avistó una pequeña mancha que supuso era una de sus vacas. El 'rebaño' ya no importaba, se conformaba en encontrar a una pequeña de sus regalonas. Apuró el paso por el largo camino de tierra, ese que está tirado en el piso por curvas y cerros. Su afán por encontrarla hizo que volviera a gritar esos ruidos guturales que llamaban hace tiempo a sus vacas sin resultado alguno.
Caminando por este largo camino pasa fuera de una pequeña cabaña con una chimenea encendida y una pequeña leñera a unos cuantos metros. En el techo se podía ver una pequeña antena satelital como la que hace un tiempo rechazó Don Rigoberto por no tener aparato eléctrico alguno. En la puesta un muchacho estaba sentado que lo saludó escuetamente. La vaca seguía siendo su prioridad pero le inquietaba el joven sentado en esa pequeña cabaña, no lo había visto por esos lugares y eso que Don Rigoberto conocía a mucha gente. Claro que vivía solo, pero no dejaba de hablar con la gente del pueblo.


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Él la despoja de la toalla que cubre su cuerpo y ella hace lo mismo con los botones de su camisa. Caen frente a la ventana principal, la desnudez de sus cuerpos producía más calor que la azulada chimenea. Junto a ellos y por fuera de la ventana aparecía gracias al meneo del viento un alerce joven que era la antesala del espectáculo verde del lugar. Sus cuerpos se entrelazaban y sus alientos chocaban. No existía nada más en el mundo que ese placer de estar el uno con el otro.
Sus gemidos entrecortados se tornaron cada vez más fuertes y no encontraban cabida en la pequeña cabaña de madera. De un momento a otro sólo se escuchó al hombre y de a poco encontró la razón de que ella ya no disfrutara la situación como hace un momento. Su cuerpo, sudado y extendido en la alfombra no respondía a las caricias de su amante. Tampoco respondía a su nombre ni a las cosquillas que la caracterizaban. Unas pequeñas palmadas en las mejillas no la despertaban ni tampoco las sacudidas que repentinamente él trataba de darle.
Acercó temerosamente su oído al pecho desnudo de su amada y sin moverse durante unos largos minutos la dejó el piso. Ella, desnuda frente a la inmensidad no respiraba. Recordando unas pequeñas lecciones del colegio tomó una pequeña linterna y le abrió los párpados. No había reacción de sus ojos tornasoles ni latidos en su cuello. Le cerró los ojos y la arropó con el plumón que los cobijó la noche anterior. Tomó su celular para llamar al pueblo pero se percató que no tenía batería. Sin electricidad no había que hacer más que esperar. Se vistió con las ropas que dejó tiradas en el piso y calentó el agua en una tetera junto a la chimenea. Fue a buscar otro par de leños y comió el bizcocho que había envuelto en un papel transparente junto a una bolsa pequeña de rosadas velas. El café tenía un sabor perturbadoramente dulce. La lluvia golpeaba con más fuerza los vidrios de la gigantesca cabaña y colmaba de hojas las canaletas que desbordaban sus torrentes.
Un extraño ruido lo invitó a moverse e ir a la ventana principal. Un bulto blanco y negro pasó por el cercano camino de tierra. Él volvió a sentarse al sofá y miró fijamente a su amada que yacía en el piso sobre la alfombra. Seguía inmóvil, casi dormida. Su rostro ahora le parecía más angelical pero sin el sentimiento de bondad que lo caracterizaría. Toma otra taza de café, esta vez un poco más amargo y un poco más frío. No le interesa como esté su taza.
La lluvia se apacigua un poco, toma su parka y sale a la entrada de la monumental cabaña. Se sienta en los escalones y acaricia a un gato que pasó por su lado. Miraba maravillado lo hermoso de las combinaciones de verdes que se perdían en el horizonte junto al gris de las nubes. En ese momento se cruza en su visión un viejo vestido con un traje para el agua, un par de botas y un gorro de lana con una inscripción que dice “Chiloé”. Le llama la atención no haberlo visto antes y le levanta la mano para saludarlo. El viejo se detiene, lo mira por un momento y continúa su camino.

1 comments:

Steve Isenberg said...

I agree